martes, 28 de abril de 2015

La identidad armenia renace en las calles de Turquía


Dos soldados ante los restos de víctimas armenias en una imagen de 1915 cedida por el Armenian Genocide Museum Institute. / AFP


Aram Hacikyan pone la máxima concentración cuando agarra la cuerda con la que hace sonar las campanas de la iglesia de Surp Giragos. Sus ojos parecen perdidos, absortos en un tiempo pasado. “Cuando tañen, lo hacen por todos los muertos. Para mí, supone una mezcla de sentimientos, de emociones, de felicidad”. No es de extrañar, ya que Aram, de 55 años, es uno de los pocos armenios que queda en Diyarbakir (sudeste de Turquía) de lo que hace un siglo era una comunidad de 65.000 almas (hoy son 50.000 en todo el país). Y, por primera vez en su existencia, puede vivir su identidad armenia libremente. Ya no es Vehçet, el nombre propio musulmán que, como muchos otros armenios, se vio obligado a utilizar en público durante años por miedo a ser insultado o perseguido. Ahora es Aram, un nombre armenio, y es, orgullosamente, el campanero de Surp Giragos. 

La historia de cómo Aram recuperó su identidad puede parecer tan asombrosa al europeo occidental como común es en estas tierras regadas durante siglos por sangrientos conflictos. En 1915, el Gobierno otomano ordenó la deportación de los armenios (una comunidad cristiana) a los desiertos de Siria. En la persecución que siguió murió cerca de un millón. De los antepasados de Aram sólo se salvaron su abuelo y la hermana de este, que fueron adoptados por una familia kurda. “Muchos niños sobrevivieron porque los acogieron familias musulmanas; hay gente que no lo sabe y otros que sí, pero lo ocultan por miedo, especialmente los que trabajan como funcionarios del Estado. Si no hubiese sido por esos kurdos buenos, hoy no quedarían armenios en Turquía”. 

Aram no es el único ciudadano de la República de Turquía que ha recuperado sus raíces. En los últimos años, especialmente tras el asesinato del periodista turco-armenio Hrant Dink en 2007, muchos han dado un paso al frente. La prestigiosa abogada turca Fethiye Çetin logró contactar con sus parientes armenios, emigrados a Estados Unidos, tras confesar su abuela que era una superviviente del genocidio; el músico Yasar Kurt se bautizó cuando a los 40 años descubrió su identidad armenia, e incluso un columnista turco tan nacionalista como Bekir Coskun reconoció este mes haber sido criado por una armenia que había sobrevivido a las matanzas y siempre llevó consigo el dolor sufrido. 

Preguntarse por los antepasados armenios ya no es un tabú como antes, reconoce el periodista Ertugrul Mavioglu: “Dado que mi familia es de Kayseri (una provincia en la que antes de 1915 existía una gran población de armenios), le pregunté a mi padre si nosotros teníamos sangre armenia y me contestó: ‘Claro que nuestra familia tomó a mujeres armenias para casarse con ellas, pero eso sí, nosotros a ellos no les dimos ninguna de nuestras chicas”. 

El abuelo de Aram fue criado como musulmán, y aunque después de la guerra regresó a su aldea natal, hasta sus últimos días siguió rezando y comportándose como un fiel mahometano. En la aldea, quienes habían sobrevivido al intento de exterminio, se convirtieron al islam y así prosiguieron su vida durante las siguientes generaciones. El padre de Aram también vivió y murió como musulmán. “Pese a ello, los de otros pueblos nos llamaban gâvur (infiel)”. Así pues, preguntó el porqué a los ancianos de la aldea, algunos de los cuales hablaban un idioma que entonces le resultaba incomprensible, el armenio, cuando no había forasteros a la vista. Y entonces, redescubrió su historia: “Dado que nos llamaban infieles, decidí ser uno de ellos, y a los 15 años determiné que sería cristiano”. 

De eso hace ya cuatro décadas. Pero hasta hace bien poco, Aram no fue capaz de decir abiertamente que era armenio. “Había una presencia muy fuerte de la religión islámica y teníamos que decir que éramos musulmanes para sentirnos seguros”, lamenta; “ahora hay mucho más respeto por las diferencias”. El Ayuntamiento de Diyarbakir —gobernado por un partido nacionalista kurdo— ha financiado buena parte de la restauración de la iglesia armenia y ha promovido la integración, pese a que los propios kurdos tuvieron un papel principal en las masacres de armenios desde el siglo XIX. “Los kurdos de ahora ya no son como los de antes. No es que haya habido una evolución en su mentalidad, ¡ha sido una verdadera revolución!”. 

En el Imperio Otomano, los armenios eran una comunidad vibrante que dio numerosas personalidades y algunos de sus miembros llegaron a ocupar cargos en el Gobierno. Sin embargo, esto no se había repetido en todo el periodo republicano de Turquía hasta que el actual primer ministro, Ahmet Davutoglu (islamista moderado), nombró al armenio Etyen Mahçupyan su asesor jefe. Además, tres de los cuatro principales partidos políticos presentan candidatos armenios a las elecciones de junio, algo impensable hace dos décadas. 

Más allá de las medidas políticas —como la reapertura de iglesias armenias—, se trata de un proceso de normalización que se está produciendo en el seno de la sociedad civil: debates académicos, artículos periodísticos, encuentros de organizaciones turcas y armenias, obras artísticas… Es el caso del espectáculo de danza moderna Family Tree, surgido del dolor de la familia de uno de sus autores, el armenio Mihran Tomasyan, y que tras pasar por Berlín, Friburgo (Alemania) y Ereván (Armenia) se ha representado en Estambul. “Por supuesto, todavía hay tabúes. Cuando dices la palabra genocidio notas en la mirada de la gente que preferiría que no dijeses esa palabra”, explica la coautora de la producción, la turca Duygu Güngör. “Pero tal y como el goteo continuo del agua erosiona la piedra, así tenemos que hacer: seguir contando nuestras historias para romper los tabúes”. 





Escrito por: Andrés Mourenza 
Publicado en: El País


Las claves del genocidio armenio


Imagen del Instituto-Museo del Genocidio Armenio en la que se ve a un grupo de armenios ahorcados por las fuerzas otomanas en junio de 1915. / AFP


En 1915, el Gobierno otomano ordenó la deportación de los armenios, una comunidad cristiana, a los desiertos de Siria. En la persecución que siguió murieron cerca de un millón de personas. Estas son las claves de un genocidio que comenzó hace ahora 100 años.

El contexto. Un imperio en descomposición 

A principios del siglo XX, entre 1,5 y dos millones de armenios habitaban el Imperio Otomano, y algunos miembros de la comunidad gozaban de posiciones respetables en el seno de la Administración —hubo incluso ministros armenios—, en los negocios financieros o como arquitectos de la corte del sultán, pues era notoria su fama de hábiles artesanos (la industria de los platillos de batería a nivel mundial tiene su origen en los armenios de Estambul).

Pero el estado del imperio era deplorable: en los 50 años previos a la Primera Guerra Mundial, los otomanos habían perdido vastas extensiones de su territorio ante las potencias europeas de la época, provocando un éxodo de varios millones de refugiados musulmanes hacia Anatolia, que llevaban consigo el odio a los cristianos que los habían perseguido y expulsado de los Balcanes, Crimea y el Cáucaso, algo que contribuyó al auge de movimientos nacionalistas turco-musulmanes.

La situación económica también era catastrófica, y el Estado Otomano se veía continuamente obligado a hacer concesiones a sus prestamistas: las mismas potencias europeas que lo derrotaban en el campo de batalla. En las provincias de Anatolia Oriental, los armenios eran sometidos al constante pillaje de las tribus kurdas y al maltrato de las autoridades otomanas, por lo que surgieron varias organizaciones como la Federación Revolucionaria Armenia (Dashnak) o el Partido Hunchak, que buscaban un levantamiento general y la intervención de las potencias en su auxilio, en especial de Rusia. La represión de las autoridades otomanas fue brutal y decenas de miles de armenios fueron masacrados en los pogromos de 1891-1896 y 1909.

¿Cómo se llevaron a cabo las deportaciones? Las marchas de la muerte 

La participación otomana en la guerra mundial se abrió con una sonora derrota ante los rusos en el frente del Cáucaso. Pese a que la razón principal fue la desastrosa estrategia de los mandos otomanos, el Gobierno, liderado de facto por un triunvirato de nacionalistas turcos —Enver, Talat y Cemal—, la atribuyó al supuesto apoyo de la población local armenia a las tropas del zar. Al mismo tiempo, se producían levantamientos de los partidos revolucionarios armenios en las localidades de Zeitun y Van, lo que fue utilizado por las autoridades para tachar a toda la población armenia de quintacolumnista.

El 24 de abril de 1915, unos 250 intelectuales y líderes armenios de Estambul fueron detenidos y deportadas a Ankara, donde serían ejecutados. Era el inicio de un plan de limpieza étnica que quedaría plasmado en la Ley de Traslado y Reasentamiento, aprobada el 27 de mayo.

Excepto en Estambul y Esmirna y algunas localidades más pequeñas, que se librarían de las deportaciones por intercesión de las autoridades otomanas, en prácticamente todas las poblaciones se siguió el mismo método: primero se obligó a los armenios a entregar sus armas —a los soldados armenios del Ejército otomano se les reubicó en batallones de trabajo—, después se detuvo y asesinó a los notables; posteriormente se anunció a los armenios que serían deportados. Antes de iniciarse la marcha, los hombres mayores de edad eran separados de mujeres, niños y ancianos y, en la mayor parte de los casos, ejecutados.

La ruta, a través de la estepa de Anatolia y con destino a los desiertos de Siria, se convirtió en verdaderas marchas de la muerte. Sin apenas acceso a comida o agua, diezmados por las enfermedades, miles de armenios murieron por los caminos. Las columnas de deportados eran habitualmente sometidas a las vejaciones de los gendarmes y a los ataques de bandas de kurdos, turcomanos y circasianos, que además de despojarles de sus pertenencias, raptaban a las jóvenes para violarlas o tomarlas como esposas. El sufrimiento era tal, que no pocas mujeres se suicidaron lanzándose junto a sus niños a los ríos o por los precipicios.

Aquellos que lograron llegar hasta Urfa, Alepo o Deir ez-Zor eran prácticamente muertos vivientes: “Vimos a muchos armenios que habían llegado antes que nosotros y se habían convertido en esqueletos —narra uno de los deportados que fueron entrevistados en el libro Survivors, de Donald E. Miller y Lorna Touryan—. Nos rodeaban tantos esqueletos, que parecía que estuviésemos en el infierno. Todos estaban hambrientos y tenían sed, y buscaban caras conocidas que les ayudasen. Nos sentimos terriblemente desesperanzados”. 

¿Cuántos armenios murieron? La guerra de las cifras 

La cifra de víctimas y deportados continúa siendo hoy motivo de disputa, ya que ambas partes ocultan o utilizan de forma interesada los documentos de la época.

De acuerdo a las autoridades de Armenia, 1,5 millones de armenios perecieron en el genocidio, mientras que los nacionalistas turcos más recalcitrantes los reducen a menos de 300.000.

Según los documentos del ministro de Interior otomano, Talat Pasha, publicados hace siete años, en torno a un millón de armenios fueron deportados, cifra que a grandes rasgos coincide con la ofrecida en la época por las misiones militares y diplomáticas de EE UU (1,1 millones) y Gran Bretaña (1,2 millones) o las facilitadas por la delegación armenia a la Conferencia de París de 1919 (700.000).

En 1916, Arnold J. Toynbee, un historiador británico encargado por su país de documentar las masacres armenias, hablaba de 600.000 muertos, otros tantos supervivientes de las deportaciones —parte de los cuales moriría posteriormente por enfermedades o ataques— y más de medio millón de armenios que habrían escapado a las deportaciones, algunos de ellos convirtiéndose al islam. El embajador estadounidense en Estambul durante la guerra, Henry Morgenthau, coincide con estos cálculos y habla de entre 600.000 y un millón de muertos. El propio Ministerio del Interior Otomano hacía, en 1919, una estimación de 800.000 muertos armenios.

¿Qué ocurrió con los responsables? Operación Venganza 

Los Estados vencedores de la contienda mundial forzaron al Imperio Otomano a juzgar, si bien in absentia, a los responsables de las deportaciones de armenios, pero la falta de una legislación penal internacional apropiada y el inicio de la Guerra de Liberación Turca (1919-1922), que expulsó a las fuerzas aliadas de Anatolia y puso fin al Imperio Otomano, hizo que las potencias se desentendiesen de los juicios.

En un congreso de la Federación Revolucionaria Armenia (Dashnak) de 1919, se decidió que, ante la falta de castigo a los responsables —la mayoría de los cuales habían huido del Imperio Otomano—, había que tomarse la justicia por su mano. El exiliado armenio Shahan Natalie, cuya familia había sido asesinada en las masacres otomanas de finales del siglo XIX, fue el encargado de planear la operación de castigo, bautizada Némesis en honor a la diosa griega de la justicia y la venganza. En espacio de tres años, los principales responsables políticos de la penuria de los armenios fueron cayendo bajo las balas de los pistoleros armenios, entre otros, el ministro de Interior Talat Pachá, en Berlín; el Gran Visir Said Halim, en Roma, y el gobernador de Siria, Cemal Pachá en Tbilisi. Enver Pachá, otro de los responsables, moriría luchando contra los soviéticos en Asia Central.

Décadas más tarde, un grupo de descendientes de supervivientes armenios fundó el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia (ASALA), organización armada cuyo objetivo era forzar al Gobierno turco a reconocer el genocidio armenio, pagar indemnizaciones a sus víctimas y ceder parte de su territorio a una Gran Armenia. ASALA actuó entre 1975 y 1991, asesinando a 46 personas —en su mayoría, diplomáticos turcos— y cometiendo atentados contra civiles en los aeropuertos de Ankara y París-Orly. En 1975, los militantes armenios atacaron el vehículo de la embajada turca en España, matando a tres personas, y en 1979 colocaron sendas bombas en la sede madrileña de dos aerolíneas.

¿Qué ocurrió con los supervivientes? La diáspora 

Al término de la Primera Guerra Mundial, se lanzó una campaña de ayuda internacional a los supervivientes de las deportaciones, y en los años siguientes muchos fueron embarcados con destino a Europa y América. Algunos permanecieron en los territorios que hoy forman Siria y el Líbano, y aquellos que habitaban en el este de Anatolia escaparon a la recién creada Armenia soviética.

Actualmente, unos cinco millones de armenios viven repartidos por el mundo fuera de las fronteras de la República de Armenia, principalmente en Rusia, EE UU y Francia. Entre los representantes más famosos de la diáspora se encuentra el músico francés Charles Aznavour, la cantante estadounidense Cher, los integrantes de la banda System of a Down, la modelo Kim Kardashian o el empresario Kirk Kerkorian, uno de los padres de Las Vegas.

Kerkorian y otros ricos integrantes de la diáspora han sido uno de los pilares económicos de la paupérrima República de Armenia (tres millones de habitantes) a través de sus donaciones y proyectos de cooperación. En general, mantienen una postura de fuerte confrontación con Turquía.

Las implicaciones internacionales 

Hasta la fecha, 23 países del mundo han reconocido las matanzas sufridas por los armenios como genocidio, entre ellos, Rusia y la mitad de los socios de la UE. En Latinoamérica, los Parlamentos de Uruguay, Argentina, Bolivia y Venezuela y Chile han hecho lo propio, mientras que en España solo lo han aprobado los Parlamentos autonómicos de Euskadi, Baleares, Navarra y Cataluña.

Otros cuatro países —Grecia, Chipre, Eslovaquia y Suiza— han prohibido la negación del genocidio bajo penas de prisión o multas, algo que trató de imitar Francia en 2012, pero su legislación fue tumbada por el Tribunal Constitucional.

Periódicamente, emisarios turcos y armenios presionan en EE UU para que la Casa Blanca siga la estela de 44 de sus Estados federados, que ya han reconocido el genocidio. Pero por el momento no ha sido así, ya que en Washington no desean enemistarse con un aliado estratégico como es Turquía.

La falta de reconocimiento del genocidio por parte de Ankara es una de las cuestiones que envenenan las relaciones entre Turquía y Armenia, cuyas fronteras permanecen cerradas. Si bien es cierto que en esta falta de entendimiento juega un papel aún más crucial el conflicto de Nagorno-Karabaj, un territorio legalmente perteneciente a Azerbaiyán —aliado turco— y que desde la guerra de 1992-1994 está ocupado por Armenia.






Autor: Andrés Mourenza
Publicado en: El País