El historiador francés Fernand Braudel caracterizó la red económica creada por los armenios de Nueva Djulfá (en armenio, Nor Djughá), suburbio de Ispahán (Irán) fundado en 1605, como un “imperio comercial”. Mucho antes del Genocidio Armenio de 1915-1923, los armenios estaban presentes en todo el mundo.
Y si los extremos se tocan, puede afirmarse que ambos extremos de ese imperio estaban anudados por una de las grandes potencias de la época: España. El “imperio donde el sol nunca se pone”, según la famosa frase del emperador Carlos V, poseía las islas Filipinas en el Lejano Oriente y América central y meridional en el Lejano Oeste. Los mercaderes armenios eran una presencia familiar en Manila, desde donde a menudo daban el “gran salto” vía Pacífico hacia Acapulco: en 1735, Pedro de Zárate (Petros di Sarhat, probablemente), un comerciante armenio arribado a ese puerto y establecido en la ciudad de México era juzgado por la Inquisición por cargos de herejía.
Grabado antiguo de la ciudad de Ispahán. |
Pero por el otro lado los comerciantes de Nueva Djulfá viajaban a España y cruzaban el Atlántico hacia el Nuevo Mundo. Esta ponencia ofrece una apretada síntesis de esa historia poco estudiada hasta el presente.
Los comerciantes se establecían en los dos puertos hispanos principales, Cádiz y Sevilla, lo cual era bastante lógico. Sevilla se habia convertido en la puerta hacia las Américas tan pronto como Cristóbal Colón había vuelto de las Indias occidentales. En 1590, el monje Sarguís, en viaje de peregrinación desde Armenia occidental a Europa occidental, arribó a Sevilla y registró el primer testimonio armenio sobre el descubrimiento del nuevo continente. En su crónica de viaje hablaba de los cinco navios de carga con una tripulación de 500 marinos que traían las riquezas del Nuevo Mundo al Viejo: “es el oro y la plata que crecen solos; es algo maravilloso”.
Una década después, en 1601, un comerciante armenio, Jorge da Cruz, se registraba en Cádiz, proveniente de Goa, en la India portuguesa. Su nombre no debe llamarnos a engaño, tal como lo hemos visto más arriba: era la traducción de su probable nombre armenio, Guevorg di Jachik (“di” es la abreviación del armenio ordí, “hijo”).
En este período anterior a la fundación de Nueva Djulfá hubo un viajero armenio a Sudamérica. En 1607 Eliseo da Sarbanga llegaba al extremo más austral del continente: Tierra del Fuego. Su crónica, traducida del armenio al griego, se publicó en versión italiana en 1609.
Don Eliseo, quizás un miembro de la antigua comunidad de Djulfá, ciudad armenia de Najicheván (en actual territorio de Azerbaiján) destruida en 1604 por el shah Abbás III de Persia, había zarpado de Ragusa, en Dalmacia (hoy Croacia), en noviembre de 1606 y había llegado a Sudamérica en abril del año siguiente. Su objetivo era la pesquisa de nuevas tierras que los grandes descubridores del siglo XVI habian dejado inexploradas, como ser la Terra di vista del fuoco et incognita, es decir Tierra del Fuego. Don Eliseo, después de un año de estadía y vida con los nativos, volvió a Europa con algunos sobrevivientes, donde llegó en 1608.
Una versión armenia, traducida en Esmirna al dialecto de Nueva Djulfá en 1665 y cuyo manuscrito fue hallado y publicado recientemente, habla de un cierto Bargham Balalakénts, “llamado Sarbanga di Paleologo Armeno in fuentes europeas” y también conocido como “Don Eliseo”. Pero la comparación textual demuestra que el anónimo traductor de esta versión ha condensado la mayor parte de la información hallada en el texto italiano, con algunos cambios y malas intepretaciones, adjuntando algunos datos originales, por lo que se deduce que hubo un segundo viajero a Tierra del Fuego, Bargham, pero esta vez en 1663-1665.
Bargham partió de Venecia, en noviembre (no se menciona el año), y repitió, según el texto armenio, más o menos el mismo itinerario de Don Eliseo. Por supuesto, la condensación del texto ha hecho que se perdiera la mayor parte de la información sobre su propio viaje, aunque hay detalles que difieren. Algunos de ellos se encuentran en el párrafo final: “Con estos siete hombres Don Eliseo, es decir, Bargham, fue al rey de España para pedir tropas y suministros para ir a conquistar el lugar. Se fueron durante la primavera pasada y están allí; su jefe y protector es Bargham Balalakénts”.
Tenemos que suponer que Bargham, al comando de soldados españoles, había vuelto a Tierra del Fuego cuando la traducción se estaba finalizando en el otoño de 1665. No hay testimonios adicionales ni fuentes suplementarias. Esta traducción al armenio es una valiosa evidencia de que todavía hay mucho por descubrir o confirmar.
Subrayemos que un Estado profundamente católico como España no iba a permitir que crecieran comunidades extranjeras en su territorio, a menos que fueran católicas. Por lo tanto, es posible que la mayor parte de los individuos que mencionamos en este trabajo, y algunos de ellos se proclaman explícitamente, hayan sido nacionales armenios de fe católica.
Por otro lado, desde los primeros días de la colonización España se había mantenido en “estado de alerta”. En 1505, la Casa de Contratación de Sevilla había prohibido a los extranjeros que viajaran a América y reafirmado esta interdicción en 1538. En 1629 la prohibición se extendió a que los no españoles accedieran a cargos públicos. Sin embargo, medios para quebrar las leyes y, consecuentemente, para remediar el quebrantamiento siempre hubieron. Desde el siglo XVI, un pago llamado “composición” permitía a los extranjeros ilegales la legalización de su status. Era un suerte de soborno legalizado, bastante popular en el siglo XVII, cuando el imperio español, con sus arcas vacías, estaba ansioso de dinero contante y sonante.
El mismo año en que el acceso a los cargos públicos fuera vedado a los extranjeros, nos encontramos con el primer armenio mencionado por nombre en Latinoamérica. Esto no es extraño. En 1607 ya había grupos de trabajadores armenios en Jamestown, Virginia, y en 1619 John Martin el Armenio estaba cultivando tabaco en la misma colonia. John Martin también era un armenio de Persia, probablemente de Nueva Djulfá.
Entre 1628 y 1643 vivió en Perú, Bolivia y Chile un clérigo español, Fernando de Montesinos, quien en una narración histórica de Perú, publicada en 1869-1870, escribía: “Yo conoci y ví en la Hamérica, Griegos, Alemanes, Ungaros, Armenios, Ingleses, Franceses, Olandeses y Moriscos y he sabido que ha habido turcos (...)” Montesinos sabía perfectamente de lo que estaba hablando, siendo capaz de diferenciar armenios, turcos y “moros” (árabes).
Un año después de su arribo, apareció el primer armenio identificado por su nombre. En Bolivia, más exactamente en La Plata (posteriormente Charcas y Chuquisaca, hoy Sucre), no lejos de las mundialmente célebres minas de plata de Potosí. Una descripción en latín del Nuevo Mundo traducida al armenio durante el siglo XVIII afirmaba que “ésta es una pequeña aldea y tiene numerosas minas de plata, porque de cien gramos de tierra obtenemos ochenta gramos de plata purísima, lo que es inaudito de otras partes”.
Los metales preciosos de América habían atraído a millares de personas desde el primer momento. Nada extraño, entonces, que un armenio se hallara entre ellas. El 23 de diciembre de 1629 el notario eclesiástico de La Plata, Pedro de Torres, registraba que “casé según orden de la Santa Madre Yglesia a Jacome Armenio, natural de la ciudad de Ereban en Armenia y residente en esta de La Plata, con Catalina Rodríguez, nativa de esta dicha ciudad”.
No parece descabellado pensar que Jácome, es decir, Hakob el Armenio, era parte de la comunidad armenia de Sevilla que se habia dedicado al comercio con América, especialmente de la plata, necesaria para la emisión de moneda en Irán Según Fray Antonio Vázquez de Espinosa, quien vivió en Perú entre 1617-1619, había 23 italianos, corsos y flamencos residentes en La Plata. Por omisión, podemos afirmar que Jácome se estableció allí después de 1619. Es plausible que, aunque nacido en Ereván (actual capital de Armenia), proviniera de Nueva Djulfá, donde muchas familias de Ereván se habían reinstalado después de 1604-1605 y fundado allí el barrio de Nueva Ereván. O, de lo contrario, y esto nos parece más probable, tenía menos de 25 años y había nacido precisamente en ese barrio de Nueva Djulfá.
Una de las fuentes frecuentemente citadas pero aún inéditas sobre la historia del comercio de Nueva Djulfá es el “Compendio” del maestro Kostandín Djughayetsí, escrito en 1687, una suerte de manual de comercio donde se hallan catalogadas las pesas, medidas, unidades monetarias y leyes de los lugares visitados por los mercaderes armenios. En dirección oeste, nos encontramos con la siguiente lista de lugares: “Mesina, Livorno, Venecia, Alemania, Marsella y Francia, Inglaterra, Amsterdam y Danzig, España y el país de Yenkiduní”, que no era otra cosa que América (cf. el turco Yeniduniá, “Nuevo Mundo”).
Esto no era de sorprender. Entre 1580 y 1640, cuando los Habsburgo de España también reinaron sobre Portugal, los armenios solían transportar seda a Cádiz, que tenía el monopolio del tráfico comercial con el Nuevo Mundo. En 1660 el mercader Zakaría Aguletsí escribió en su diario: “[L]os navíos de Zheygiduní cargan en Calis y descargan en Calis, no hay otro lugar; esta ciudad está en España, es una gran isla”. Por supuesto, Zheygiduni es una variante de Yengiduní.
Algunos autores españoles han fechado los orígenes de la colonia armenia de Cádiz en el siglo XVI, pero según los registros gaditanos, los armenios estaban presentes desde 1649, el mismo año en que Mëkërtich hijo de Hovhannés tenía relaciones comerciales en la ciudad con las “Nuevas Indias”.
La mayoría de los miembros de esta diminuta colonia eran armenios católicos. Estos se convirtieron en miembros de la cofradía de Jesús el Nazareno, que tenía capilla propia en la iglesia de Santa María. Un curioso resto y recordatorio de esta colonia semiolvidada son los mosaicos holandeses de la capilla, donados en su mayoría por los hermanos Davut, Boghós y Hakob en 1670-1671, como lo registran las inscripciones en los mosaicos y en la pila bautismal situada en la entrada de la iglesia:
La fecha armenia 1129 es 1680 en el calendario europeo. La fecha 1670 muestra que el autor de la inscripción posiblemente calculara mal al leer la versión armenia.
Los armenios de Cádiz eran importadores de mercancías orientales. El cónsul francés en la ciudad informó a su gobierno en 1676 que tanto en Cádiz como en Sevilla “ellos venden y despachan las más grandes cantidades de mercancías (...) seda, lana, textiles, cintas de oro y plata, instrumentos de hierro, especias, medicinas, ropas (...)” y que “muchos armenios se hallan establecidos allí”.
Los armenios gozaban de una buena reputación. Según el testimonio de un cierto Pedro de Noriega en Lima, en 1699, “conoció desde que tuvo uso de razón a los de la nación armenia y que estaban tenidos y reputados entre todos los de aquella ciudad y reino por cristianos, católicos, romanos y muy bien opinados y que se portaban siempre en ejercicios honestos y crédito, siendo de los primeros en el crédito y opinión de la mercancía y no supo ni entendió cosa en contrario”.
No obstante, pareciera ser que en otras partes de España los armenios se habían dedicado al préstamos de dinero con intereses usurarios, lo que había sido causa de descontento popular. También se los acusaba de ser “cristianos tibios” (es decir, cismáticos) y espías del sultán turco. El 26 de febrero de 1684 el rey Carlos II ordenó su expulsión de la Península. El correspondiente edicto decía:
“Manda el Rey, nuestro señor, que todos los armenios que se hallaren en nuestra corte y en otras cualesquier ciudades, villas y lugares de estos reinos, salgan de ellos pasados los seis meses que han de corresponder el día de publicación de este bando y que en los dichos seis meses puedan libremente las mercaderías con que se hallaren”.
Los armenios de Cádiz, usando su devoción a la cofradía de Jesús el Nazareno como certificado de buena fe, pidieron ser exceptuados. También contaban con la solidaridad explícita de los líderes de la cofradía, el arzobispo local y el gobernador. Después de seis meses de gestiones, un decreto real fechado 23 de enero de 1685 les concedió derecho a permanecer en el país. Como prueba de su gratitud, resolvieron hacer una donación anual a la cofradía consistente en un peso por cada paquete de mercancía que pasara por aduanas. El documento firmado el 3 de julio de 1685 tenía doce firmas, seis de ellas en armenio (los otros seis comerciantes no sabían firmar)25. Entre ellos encontramos a Jácome de Zúcar, uno de los donantes de 1670-1671; “Juan Bautista de Toros”, citado en 1664 como Mëkërtich hijo de Hovhannés; “Gregorio de Uxan” y “Juan de Zacarías”, ambos mencionados en el mismo 1685 como Grigor Oskán y Hovhannés hijo de Zakariá.
Pero también hallamos el nombre de un armenio que luego fuera el segundo, hasta el día de hoy, documentadamente establecido en Sudamérica: Juan Bautista Jácome (probablemente Mëkërtich hijo de Hakob).
En 1699 Jácome presentó un certificado de sus orígenes aristocráticos en Lima, la capital del virreinato de Perú, donde era dueño de un comercio. Ocho personas, tres de ellas armenias, oficiaron de testigos.
Sabemos por ese documento que Jácome había nacido en 1671 y había arribado en España a los diez años de edad con su padre, Juan Jácome de Thomas (Hovhannés Hakob hijo de Tovmás). Era nacido en Ereván, pero podemos suponer con un grado de certeza que se refería al suburbio de Nueva Ereván en Nueva Julfá. Quizás su padre ya había fallecido en 1685, cuando Jácome firmó el petitorio al rey antes citado. Había sido propietario de un comercio en Cádiz, por lo que debió haber viajado a América como adulto, en la década de 1690.
Los otros miembros de su familia era su madre, María Dilán, y sus hermanos Jácome de Asúcar y Garrafa y David de Asúcar, cuyos nombres coinciden con los de los donantes inscriptos en los mosaicos de la capilla de Santa María.
Jácome había ido primeramente a México, la capital del virreinato de Nueva España y la ciudad más importante de Hispanoamérica en aquel tiempo. No es casual, creemos, que en su manual de comercio de 1699, “Tesoro de medidas”, uno de los pioneros de la imprenta armenia en Europa, Ghukás Vanandetsí, registraba el valor del marco holandés de oro y de plata en Nueva España, su única mención del Nuevo Mundo en ese libro. Es obvio que ya por entonces comerciantes de Nueva Djulfá habían frecuentado ese mercado con más asiduidad de la que creemos.
Con posterioridad, Jácome había pasado algún tiempo en los puertos de Panamá y Portobelo. Durante los siglos XVII y XVIII, el eje troncal de la ruta España-América era Tierra Firme, es decir, el istmo de Panamá con las ciudad de Panamá y la posteriormente desaparecida Nombre de Dios en ambas costas oceánicas.
Jácome tenía tres testigos armenios, como dijimos: dos sacerdotes católicos, Benito Pasón y Esteban Jirán, y un laico, Pedro Juan de Armenia. Los sacerdotes no son totalmente desconocidos para las fuentes. En 1692 el recién electo primado católico de Najicheván, P. Paul Baptiste o Boghós Mëkërtich, escribió que dos miembros de su orden, los padres Stepanós Shirán (Jirán) y Benedictos Pazuménts (Pasón), estaban de regreso de las Indias occidentales, pero, afrontando un océano tempestuoso, habían perdido la mayor parte de los donativos que habían colectado allí. Es posible que años después hubieran retornado a América con la misma misión y hubieran permanecido por algún tiempo en Lima, donde se encontraron con Jácome, a quien conocían de Nueva Djulfá.
Otro documento de 1700 afirma que Jácome se había casado con una dama española, Maria Redruejo Saravia. El último documento disponible hasta el presente, fechado en 1730, proporciona el nombre de su hija: Isidora Ana de la Rosa Jácome de Olivares.
Hacia la misma época, a través de un historia algo cómica, tenemos la mención de un armenio que partió en Cádiz como mayordomo de un buque en diciembre de 1728 y, por este hecho, estamos tentados a suponer que pudiera ser de Nueva Djulfá. El cruce del Ecuador generó las consiguientes festividades a bordo. Cien años después, cuando Charles Darwin cruzó el Ecuador rumbo a la Patagonia, las mismas celebraciones se produjeron a bordo del “Beagle”. Los pasajeros y la tripulación debian pagar un rescate al “presidente de la línea” (el dios Neptuno), o de lo contrario eran arrojados al agua desde el mástil más alto, sujetos a una cuerda. Uno de los viajeros, el padre Cayetano Cattáneo, escribió en una carta que el presidente “condenó a una maulta mayor de lo que había establecido al Mayordomo, o sea el Ecónomo del buque, que era un armenio muy gordo y que padecía sumamente con el calor, porque se presentó despechugado, lo que atribuyeron a falta de respeto”. Y el barbero también fue condenado a la misma sentencia, es decir, “a sumergirse en el mar como el otro”, pero fue perdonado a último momento por ser un enfermero.
El buque se dirigía al Rio de la Plata. Atracó en Montevideo y luego en Buenos Aires en abril de 1729. No sabemos el nombre del gordo ecónomo armenio ni de su destino posterior.
En el interín, hay mucho por hacer en los archivos españoles y latinoamericanos. Tres siglos después, las aventuras de los armenios de Nueva Djulfá en el Lejano Oeste aún no han deSvelado todos sus misterios.
Publicado originalmente en Transoxiana 12 de Agosto 2007 ISSN 1666-7050
Universidad del Salvador, Buenos Aires/ Hovnanian School, New Jersey
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Fuente: soyarmenio.org
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